Es temprano en las lagunas del Peinado. El sol recién asoma por detrás de algunos volcanes sin nombre que la rodean.
Durante la noche se detuvo el viento, que tenía a mal traer a nuestro gazebo, así que aprovechando el clima desarmamos el campamento después de un desayuno completito, y encaramos para el norte, en busca del inicio sur del salar de Antofalla.
Tendríamos que pasar por el manto de escoriales que frenó el salar hace millones de años.
Después de atravesar el escorial, avanzamos por la margen este del salar de Antofalla, al principio con partes más arenosas y luego ya sufriendo las irregularidades propias de su suelo.
También pudimos observar las huellas de una bajada que años atrás hicimos cuando abrimos un nuevo track para llegar a la vega La Brea.
Después de unos veinte kilómetros del tortuoso salar, cruzamos para ir a visitar a la familia Alancay, en Vega Orohuasi. Encontramos a don Antonio en silla de ruedas, con grandes dificultades para movilizarse, pero con el espíritu inclaudicable de toda su vida, arreglando una agujereadora.
Estaban Catalina, su señora y una hija de ellos que ahora se estaba haciendo cargo de la vega. Es la enfermera en Antofagasta de La Sierra y también guía turística.
Nos contaba que el año pasado un alud les destruyó gran parte de la vega, la huerta, el taller de Antonio, el baño y un depósito de materiales que tenían más arriba, con algunos electrodomésticos.
Todo quedó enterrado en un metro y medio de tierra.
Ellos salvaron sus vidas de milagro. Ahora, después de un intenso trabajo y ayuda de la minera (facilitaron maquinaria y operarios), volvió a estar operativa y el taller de Antonio funcionando.
Después de un rato de charlas, nos fuimos para hacer el camino interno a la vega Botijuela, donde esperábamos pasar a saludar a nuestro viejo amigo Simón, el Ermitaño.
Es un hermoso recorrido que estaba más interesante debido a las fuertes lluvias de los días anteriores.
Llegamos hasta la entrada de la vega, pero nos encontramos con un Simón algo cambiado por los años.
Bastante más interesado en hacer una diferencia económica con las camionetas que de compartir un rato, como tantas otras veces hicimos con él durante muchos años.
Así que nos fuimos dejándolo tranquilo, con su hermosa vista del salar de Antofalla, desde la pileta de agua termal que brota desde hace tantos años.
Ahora sí, volvimos a cruzar el salar y por la Quebrada del Diablo, nos dirigimos para Antofagasta de La Sierra, donde en la Hostería Municipal, nos esperaba un buen baño de agua caliente y una cama para reponernos de los días intensos que veníamos de vivir.