La mañana del 13 de enero nos encontró en un campamento minero abandonado donde habíamos pernoctado.
Ese día saldríamos después de un suculento desayuno hacia el Glaciar El Potro, ubicado en el límite con Chile y con la provincia de San Juan.
La noche no fue "maravillosa" para todos, algunos sufrieron el cansancio y la altura más que otros, pero la hermosa mañana niveló rápidamente el humor del grupo y mientras desayunaba comenzó a invadirlo el entusiasmo y la energía para seguir hacia la nueva aventura.
Dejamos el campamento y comenzamos a transitar por laderas de montañas con huella minera hasta la laguna 10, que rodeamos y continuamos hacia el sur, bordeando un arroyo.
Una gran belleza encerrada en un marco impresionante. La existencia de patos nos demuestra que esta laguna no debe tener un PH tan alto y sí poseer un menor contenido de arsénico a diferencia de la gran mayoría en estas zonas volcánicas.
Bajamos unos 3 km al sur y el track nos lleva al este para dar una vuelta y volver al oeste a cruzar el río Blanco, límite con San Juan.
Desde donde estamos se observa una huella minera al oeste a 1 km, decidimos ir a buscarla porque según vemos en nuestros gps, debería unirse en el cruce del río más adelante.
Cruzamos el río Blanco entramos a San Juan y circulamos por huella minera al oeste, paralelos al río y dispuestos a buscar el glaciar El Potro.
Avanzamos por el valle que antiguamente debió ocupar este glaciar en retroceso, del que solo podremos ver una parte colgante en La Rioja, haciendo límite con Chile.
Hay terraplenes armados para que los vehículos no sigan, suponemos que tiene que ver con que desde allí se tiene acceso a Chile y no hay puesto de aduana en la zona. Quizás una próxima vez sigamos alguna de esas trazas que suben para intentar una mejor vista del glaciar, aunque debamos estar por un breve tiempo en territorio chileno, ahora es tiempo de volver a Vinchina.
Hay una posibilidad de volver por el recorrido del río Blanco, hasta la unión con el río de La Paila y el río Macho Muerto.
Desde allí y al norte hasta el puesto meteorológico de Pucha-Pucha, y a desandar lo hecho el día anterior hasta Laguna Brava.
Hubo que cruzar los ríos un par de veces, pero sin problema y finalmente llegamos a la Laguna Brava y ahora sí nos dirigimos hasta el ala del avión caído.
El regreso a Vinchina fue ágil y muy pintoresco, con el sol del oeste iluminando tanto la Quebrada de Santo Domingo, como la de La Troya.