Una hermosa mañana nos recibe en el Parque Nacional Avaroa de Bolivia. Estamos en el refugio Guayajara, frente a la Laguna Colorada y nos disponemos a salir y recorrerla, ya que su color particular y la cantidad de flamencos que la habitan, harán delicias en las cámaras fotográficas.
Nos movemos hasta un istmo donde están trabajando en la construcción de un nuevo mirador. La laguna se fracciona como en un riñón, dejando dos lados de infinita belleza para admirar en silencio.
Dejamos este mirador y nos dirigimos al otro que queda en el extremo nor-oeste de la laguna, ya afuera del parque nacional.
Salidos ya del parque nacional, se pasa por una valla donde presentamos los tiquets adquiridos cuando entramos, para ser sellados y devueltos, y vamos tras otra atracción del parque, que si bien queda afuera es promocionada como parte de él. El árbol de piedra.
Mientras avanzamos por alguna de las infinitas huellas que hay por todas partes, una tormenta nos rodea, quedamos encerrados entre nubes que van del gris al negro.
En el árbol de piedra, aprovechamos a comer en un cuarto del guarda parque, al cual luego convidamos con nuestro almuerzo.
Mientras comemos comienza a granizar muy fino.
Levantamos las cosas, nos despedimos del guarda parques y vamos para la estación de ferrocarril Avaroa.
Claro que antes pasaremos por el hotel del desierto y las tres lagunas, Honda, Chiar Kota y Hedionda.
Conforme avanzamos encontramos gran caída de nieve de hace muy poco tiempo, dejando un manto completamente blanco por delante, y con nuestros gps como únicos guías, ya que desaparecieron todas las huellas.
El último tramo del track, antes de juntarse con la R5, se nota que es muy poco usado por el estado de abandono que tenía la huella.
La Nissan queda montada sobre una piedra, apoyada en su estribo. Acomodamos el terreno y sola, en marcha atrás revierte el problema, Lucas corrió la piedra y seguimos adelante.
Dejamos la estación de tren y seguimos para San Pedro de Quemez. Una ruta que nos lleva por el salar y el desierto de Chiguana.
Llegamos a San Pedro de Quemez con las últimas luces del día. Nos cruzamos con un señor en una TLC, que pegó la vuelta y nos sigue dentro del pueblo. Tony le pregunta si conoce algún hospedaje y el hombre nos lleva a su hotel, un hotel de sal que estaba terminando, así que lo inauguramos nosotros.
El lugar era precioso y nos atendieron de maravilla. Primero una especie de merienda mientras nos íbamos bañando y luego una cena de primera, que nos dejó listos para ir a dormir y prepararnos para el otro día y nuestra visita al salar de Uyuni.